Se terminó la narrativa
Por: Manuel Alejandro Eulloqui Moreno
¿Qué hace exitoso a un gobierno, a un partido o a un régimen político? Es una interrogante que vale la pena poner en el primer círculo de la discusión al inicio de un gobierno.
La respuesta parecería obvia, sin embargo, no podemos estar más lejos de la realidad al pensar en esta premisa.
El entonces candidato a la Presidencia de los Estados Unidos por el Partido Demócrata, Bill Clinton, con su famosa frase:
the economy, stupid (la economía estúpido), realizó lo que parecía impensable, vencer al entonces Presidente George H.W. Bush (Bush padre) en la búsqueda de su reelección, que muchos expertos consideraban inminente, pues el éxito de su política exterior era su principal carta de presentación.
La frase de Clinton se popularizó y se convirtió en una poderosa narrativa que aprovechó como candidato, y posteriormente como Presidente, ya que durante sus dos gestiones sus principales proyectos fueron de corte económico.
Podemos entender que no basta con un diagnóstico atinado de los problemas del país, en ocasiones tampoco terminan de convencer los avances integrales que tienen los gobiernos, tal como sucedió con las administraciones de Salinas de Gortari o Enrique Peña Nieto, en los que, pesé a turbulentos y conocidos casos de corrupción en los más altos niveles de sus respectivas administraciones, los resultados en materia económica, generación de empleos y mejoramiento en las condiciones de vida de la población tuvieron impactos positivos, en mayor o menor medida, sin embargo, al igual que sucedió con Bush Padre o Bill Clinton, en algún momento se les terminó, perdierón, o las circunstacias políticas les hicieron perder la narrativa, siendo este último elemento un activo casi tan poderoso y tan difícil de conservar, que a personajes como a Vicente Fox por ejemplo, se le agotó tan pronto como inició su administración.
Y vale la pena decir que el actual gobierno que prometió un cambio en 2018 ya requiere ser cambiado. A López Obrador sus pobres, aunque efectivas narrativas, ya se le terminaron; su principal bandera de combate a la corrupción se acabó al poner en libertad a Elba Ester Gordillo, justificar las fortunas de familias como los Bartlett o los Ackerman-Sándoval, o al anunciar que la Unidad de Inteligencia Financiera emprenderá procesos que no terminan más que en espectáculos mediáticos y entrevistas donde Santiago Nieto justifica el estar en el cargo. O bien, cuando terminó imponiendo en la Comisión Reguladora de Energía a personas «honestas», al admitir no saber de que se trababan los cargos para los que se les había propuesto, o desde que impuso a su propio fiscal carnal, Alejandro Gertz.
Su narrativa económica también terminó, pues a pesar de que el COVID-19 le dio una oportunidad de oro para poner en marcha una política económica anticíclica que le permitiera desmostrar que creía en el apoyo a las MiPymes, que generan apróximadamente el 80% de los empleos en nuestro país, esto no sucedió.
El Presidente destrozó su narrativa, el empleo y la economía, tristemente, sin entender que los resultados económicos, el respeto a los competidores en política y una narrativa creíble y sostenible son siempre intangibles para ganar elecciones, gobernar y mantener gobiernos que den confianza a la ciudadanía, incluso en épocas y situaciones como las que vivimos hoy en día.